viernes, 17 de febrero de 2017

Pensar, sencillamente pensar. Como alguien libre.


Artículo publicado el 12/02/2017


Quisiera destacar tres aspectos de la libertad de pensar, que es pensar sin categorías: la buena ciencia de punta contemporánea, la historia alternativa y la literatura, en particular la novela total. Quien piensa bien, y es libre, piensa más allá de las categorías y de la división de los géneros literarios, o más allá de las clasificaciones.
I
Es un muy acendrado comportamiento. Ya desde que Aristóteles lo estipulara en uno de los varios textos dedicados a la lógica, se convirtió en costumbre y norma pensar con categorías. Incluso alguien como Kant –quien sostenía que desde Aristóteles la lógica no había cambiado nada- piensa en los temas y problemas que le interesan en términos de categorías. Sólo que las suyas son distintas.
Pensar en términos de categorías significa, literalmente, etiquetar el mundo, la realidad, a los otros. Existen muchas maneras de comprender a las categorías, tales como esquemas, tipos, o clases.
El conflicto para ver y comprender el mundo puede ser explicado en términos bastante elementales. Se trata de establecer si vemos lo que conocemos, o bien si conocemos lo que vemos. La inmensa mayoría de los seres humanos sólo ve lo que ya conoce. Esto es, reduce lo nuevo que ve a esquemas, conceptos, imágenes y modelos explicativos ya establecidos y experienciados. Son muy pocos, porque es verdaderamente difícil, aquellos que se dan a la tarea de conocer aquello que ven.
Existe una sutil distinción en inglés, que no aparece como tal en español. Se trata de las distinciones entre tres tipos de categorizaciones: taggingpigeon-holing, y categorizing. Los tres significan, literalmente, etiquetar. Esto es, comprender y explicar el mundo y la realidad en esquemas, compartimientos, clasificaciones. Que es precisamente aquello en lo que consistía la filosofía aristotélica: un sistema de pensamiento de clasificaciones. Ulteriormente, claro, de jerarquías.
Si la antropología enseña que cada cultura se comprende a sí misma como el centro del universo, por derivación, cada cultura define al resto del mundo a partir de sus propios esquemas de pensamiento. Al fin y al cabo, el concepto mismo de cultura es conservador, en toda la línea de la palabra. Abogar por la importancia de las culturas es una manera, digamos, de ser un conservador progresista. En el siglo XVI había un mote para esto: el despotismo ilustrado.
El pensamiento que se funda en, y que trabaja con, categorías es tradicionalmente pasivo con los criterios de autoridad. Al fin y al cabo, siempre existe alguna autoridad que determina qué son y qué no son, qué pueden ser y qué no, las cosas. A pesar de que Aristóteles mismo argumentara en contra de los argumentos ad hominem y ad auctoritatem. Que no son los argumentos que se fundan en una autoridad, sino, más exactamente, aquellos argumentos con los que la autoridad está de acuerdo.
Y autoridades existen muchas y en todos los órdenes. Precisamente por ello es extremadamente difícil pensar contra las categorías. Todo ha terminado por convertirse en un atavismo. Al fin y al cabo el sentido común cree y trabaja con etiquetas, esquemas, tipos y clases de todo orden.
Stuart Kauffman es un biólogo con un enorme prestigio entre la comunidad científica. E incluso entre la parte más inteligente de la comunidad empresarial. Al fin y al cabo, el prestigio es algo radicalmente diferente a la autoridad. La buena ciencia no trabaja, en absoluto, con principios o criterios de autoridad. Por eso la buena ciencia es escasa y difícil.
Pues bien, Kauffman acaba de publicar su más reciente libro: Humanity in a Creative Universe (Oxford, 2016). Se trata de uno de esos muy raros libros que abordan el entronque entre ciencia y civilización. Pero no es este aquí el foco de interés.
Becario de la muy prestigiosa Becas MacArthur (“Genius Fellowships”), autor de artículos y libros de enorme impacto en varios órdenes, y con varios premios y reconocimientos, Kauffman –un hombre que ya comienza a hacerse algo grande (tiene a la fecha 76 años)- cobra la fuerza y la lucidez para plantear la necesidad de reconocer que la historia de la que provenimos merece una segunda mirada. En consecuencia, no hay que agachar enteramente la cabeza ante gente como Descartes, Kepler, Galileo, Newton, Laplace, Einstein, Bohr y Schrödinger, de un lado, o Darwin, Adam-Smith o Locke, de otra parte, por ejemplo. Todos ellos tienen el defecto de habernos enseñado a pensar con categorías. Y las cosas no resultan ni ha resultado afortunadas en varios dominios, desde entonces.
Extrapolemos. Quien de verdad piensa, piensa sin categorías, algo que va en contra de la mejor tradición de la civilización occidental. Por el contrario, quienes piensan, abierta o tácitamente en función de tal o cual categoría, propiamente no piensan, y solo siguen, sin saberlo, creencias y doctrinas. Al fin y al cabo la obediencia siempre ha resultado más cómoda, y el ejercicio de la autonomía del pensamiento ha conllevado confrontaciones y riesgo.
Cabe hacer una consideración que arroje una luz indirecta al respecto. En la Grecia antigua existían dos términos para designar el pensar. De un lado, en la Grecia arcaica, se trataba del nous (cuya verbo era el noein, y el correlato objetual era el noema). Posteriormente, con la llegada del período Clásico de la Grecia antigua, el pensar se asimila al conocer, y ambos se designan indistintamente como logos (cuyo verbo es el legein). Cabe adecuadamente traducir al primero como intuición, y al segundo como conocimiento racional basado en la palabra. La historia subsiguiente es el desplazamiento del nous por el logos, gracias a esa historia que se deriva de Platón y de Aristóteles. El resto es historia conocida.
La libertad de pensamiento y la libertad del espíritu pasa, y en muy buena medida se funda, en la capacidad de libertad con respecto a esos atavismos de las categorías. Toda la educación y la cultura de la civilización occidental no es otra cosa que la pasión por etiquetar el mundo, la realidad y el universo. Por ello mismo no sabe nada de movimiento, cambio, dinámicas.
Kauffman hace una invitación sensata y bien argumentada a pensar lejos, muy lejos, de esa tradición de categorías, etiquetas y clasificaciones. Pero lo hace (¿se atreve?) cuando al parecer, ya ha cruzado el mediodía y la tarde se acerca. Que es cuando la mayoría de científicos se atreven (¿logran?) a plantear desafíos. En este caso, desafíos civilizatorios.
Entonces vale recordar ese texto humorístico y brillante de Borges, y que Foucault repite al comienzo de Las palabras y las cosas: las mil y una formas de clasificar a la realidad. En ese libro maravilloso que es El libro de los animales fantásticos. Pensar contra la familiaridad de las cosas.
II
El más grande peligro para entender la sociedad, el mundo y la historia en general es el determinismo histórico. Según éste, la historia –por tanto, por extensión la economía, la política y demás- no es otra cosa que lo que sucedió y no hubiera sido posible que hubiera tenido de otra forma que como aconteció. Es exactamente por el determinismo histórico que existe la creencia, subsecuente pero errónea, de que la historia acontece por vía acumulativa.
El positivismo histórico es emblemático, institucionalista y aboga por el realismo (Realpolitik) cumpliendo así una función política bien determinada. Es el tipo de historicidad que gira en torno a fechas, acontecimientos, nombres y monumentos. Punto. Ya Nietzsche se pronunció contra la historia monumental.
La historia, sostenía con acierto un historiador de siglo XX (H. White), no es otra cosa que lo que el historiador dice que es. Por ejemplo, que sucedió. De aquí la importancia de narrar muy bien lo que sucede o lo que aconteció. Pero, al mismo tiempo, esto explica también la importancia estratégica de esta ciencia, y el hecho de que, al mismo tiempo, sea políticamente incorrecta.
Pues bien, como es sabido, la historia no se hace simple y llanamente con los métodos propios –archivística, distinción entre fuentes primarias y fuentes secundarias, la inferencia estadística, los argumentos mediante analogías, la tradición oral, y otros-. Adicionalmente, la historia se hace con base en tropología; esto es, el recurso de figuras literarias (anadiplosis, zeugma, hipérbaton, prótesis, prosopografía, y otras). Aunque existen antecedentes, prácticamente se trata de un movimiento interdisciplinario que se gatilla a partir de los años 1950s hasta la fecha.
Las fronteras entre la historia y la literatura son bastante menos rígidas de lo que una mirada académica pudiera hacerlo pensar. De manera general, cualquier buen científico debe, además, ser un buen narrador o contador de historias (story-teller).
Pues bien, la historia alternativa – también conocida como historia alterna (alternative history, alternate history) es un género que se sitúa más cerca de la literatura –en el mejor de los sentidos- que de la ciencia de Clío (lo que quiera que ello sea). El argumento de base de la historia alternativa consiste en un distanciamiento de la historia “oficial” o “real”, para concentrarse en variaciones de la misma a partir de razonamientos tales como: “¿qué hubiera sucedido si? (What if?). La lógica de contrafácticos resulta de gran ayuda en este plano.
De manera atávica, la historia alternativa juega con cruces de tiempos y cruces de actores, quiebres de tiempo, en fin, hebras de la historia que pasaron como menores pero que pudieran haberse hecho mayores, por así decirlo.
Otra manera como se conoce a la historia alternativa es como ucronía – y que designa aquellos acontecimientos y sucesos que no sucedieron en el tiempo real u oficial, sino que quedaron por fuera suyo pero que, posiblemente, hubieran alterado significativamente el curso de los acontecimientos. Como quiera que sea, es en este punto en donde la literatura y la historia coinciden y se refuerzan mutuamente para brindar más y mejores luces sobre el mundo, la sociedad y el tiempo.
La ficción histórica y la literatura histórica constituyen dos caras de una sola y misma moneda, cuyos perímetros sin embargo son móviles y amplios. La ciencia ficción y la literatura fantástica pero con base histórica, los universos ficticios y el permanente uso de la imaginación permiten tomar distancia con respecto al determinismo.
Lo cierto en cualquier caso es que el presente podría haberse desenvuelto de otra manera que como tuvo lugar. Nada en el pasado determina la historia del presente y ciertamente no de manera absoluta. (Entre paréntesis, la historia alternativa y la buena teoría cuántica coinciden en este plano, un tema que, sin embargo, debe quedar aquí por fuera por motivos de espacio. El tema de base es la idea de la teoría cuántica de la multiplicidad de mundos, una de las interpretaciones de la mecánica cuántica). Las ironías de la interdisciplinariedad en contra de las tradiciones disciplinares rígidas.
De esta suerte, la creación de divergencias históricas constituye un serio motivo de reflexión. Pues bien, lo fantástico es que la lista de libros, autores y trabajos en la dirección de la historia alternativa es amplia, sólida y creciente. Existen trabajos maravillosos que van desde el descubrimiento de América hasta la historia de Inglaterra, desde la segunda guerra mundial hasta la crisis de 1929 en E.U. Pero también autores del calibre como H. G. Wells hasta Philip K. Dick, Nabokov, Ph. Roth o Asimov, entre muchos otros. Una lista de libros sobre historia alternativa está disponible en el sitio:  https://en.wikipedia.org/wiki/List_of_alternate_history_fiction.  Una mirada cuidadosa permite ver la variedad, la amplitud y la profundidad de los estudios en el campo. En español la lista de libros es bastante más limitada. Pareciera como si el uso de la libertad y la disposición al cruce de campos del conocimiento en español es aún una cuestión de deseos y propósitos.
El hecho determinante aquí es que la historia alternativa constituye una de las vertientes adicionales para pensar sin categorías, o más allá de las categorías. Se trata simple y llanamente de la más apasionante y difícil de las tareas: pensar, pensar libremente. Y narrar entonces, muy bien, lo que se piensa. Esta es la verdadera esencia o el ABC de la buena ciencia.
Desde el punto de vista epistemológico, el determinismo, que es la filosofía de todo realismo, trabaja y se funda, abierta o tácitamente, con categorías y categorizaciones. Por ejemplo, con la distinción de géneros literarios. Lo que no es sino una forma de convertir a la realidad en un fenómeno rígido. Al fin y al cabo, mantener a la gente en compartimentos aislados es cómodo y fácil. Y evita pensar.
La historia alternativa no es propiamente un campo en la historiografía. Pero por eso mismo constituye un motivo para pensarlo dos, tres veces. Y sobre todo: para disfrutarlo. En verdad, la lectura de los trabajos sobre historia alternativa son refrescantes y oxigenadores. Una razón para volver la mirada hacia ellos.
III
No es el comienzo, sino la consagración de una carrera personal y literaria. Escribir una novela total es el sueño callado, inconfeso, de todo gran escritor; y el sueño compartido en veladas secretas u oscuras, de todo buen lector. La novela total.
Si bien existen antecedentes de lado y lado de la geografía, como el Tirant lo Blanch de Joanot Martorell o el propio Quijote de Cervantes, hasta el nunca bien ponderado La historia de Genji de Murasaki Shikibu, puede decirse que los orígenes modernos de la novela total es ese sueño largo y sistemático de Balzac La comedia humana – en varios volúmenes.
También en el siglo XIX encontramos de M. Proust En búsqueda del tiempo perdido, y el infaltable La guerra y la paz de L. Tolstoi. Obras en las que los autores dejan su alma, su corazón y su vida, como en toda novela total. O esa cumbre singular que es Madame Bovary, de Flaubert. Sin olvidar, inaugurando el siglo XX, jamás, el Ulises de J. Joyce, un libro infaltable en la memoria de todo buen lector.
Se trata de obras colosales, de cientos y cientos de páginas, aunque no siempre tiene que ser así. De volúmenes algo más pequeños, encontramos Pedro Páramo de J. Rulfo –la más pequeña de todas las novelas totales-, Cien años de soledad de G. García Márquez o acaso también La guerra del fin del mundo de M. Vargas Llosa. Y para completar el panorama en América Latina, esa joya que es 2666 de R. Bolaño.
Sin embargo, mi propósito aquí no es elaborar una lista (incompleta) de las novelas totales, y menos un estado del arte. Para ello hay otros espacios y tiempos. (Los filósofos, a su manera, tienen una estupenda novela total, La fenomenología del espíritu, de Hegel, la mejor novela de toda la historia de la filosofía occidental).
Hace tiempo los psicólogos y pedagogos han dejado establecido que sólo cuatro cosas enseñan a pensar: la música, las matemáticas, la filosofía y los idiomas clásicos o algunos idiomas modernos. La idea de base es que pensar significa pensar al mismo tiempo en el todo y en los detalles, algo que se puede ilustrar sin dificultad en cada uno de estos cuatro campos. Pues bien, quiero sostener que la novela total también enseña a pensar – pero sólo a los adultos; esto es, a aquellos que al mismo tiempo pueden jugar y establecer diferencias entre la ficción y la realidad (algo que no es ni evidente ni fácil en el caso de los niños).
No hay una canónica de lo que se sea una novela total. Sin embargo, sí hay varios rasgos generales que son infaltables en una novela para que lo sea. Algunas carecen de comienzo y de final, pero hay otras que sí lo poseen y son totalizantes. En cualquier caso, Como la vida misma, está compuesta de varios relatos, muchos de los cuales se cruzan, mientras que hay otros que acontecen en paralelo, sin contacto directo entre ellos. La realidad y la fantasía se cruzan, se entrometen, se alimentan mutuamente y se diferencian: pero nunca es enteramente claro cómo ni en dónde.
Existen por tanto historias reales e historias ficticias, humor y odio, ironía y sarcasmo, verdad e imaginación, y nos vemos arrastrados por ellos, pero no sabemos muy bien dónde comienza el uno o el otro; o dónde terminan.
La literatura juega con los datos, las evidencias y los hechos. Pero es libre con respecto a ellos. La libertad de la literatura no es otra cosa que la libertad de la existencia misma, pues hay que reconocer que los seres humanos verdaderamente libres o auténticos, no saben de planos, contextos, marcos, perímetros o categorías. Además, saben de flujos, movimientos, cruces, procesos, dinámicas y tropos.
Una novela total se incuba a lo largo de muchas, muchas lecturas, anotaciones y reflexiones, trasnochadas y largas jornadas de mucho trabajo. En varias ocasiones una novela total ha sido póstuma o ha quedado inacabada – una ironía de la vida (una ironía, como la vida misma). Detrás de una novela total hay mucha investigación, combinada con magnificas dosis de erudición e inteligencia. Sin ambages, se trata de la obra de un genio o de una obra genial – esa categoría que está más allá de la categorías. En una época de banalidades, al genio lo descubrimos sólo cuando lo/la vemos.
Desde luego que existen grandes, magníficas novelas. La lista es tan amplia como se prefiera. Pero están, además, en una dimensión propia, aquellas que son novela total. Una manta que tiene contiene todos los tejidos imaginables, todos los estilos, y hebras que pueden estar disponibles o que son imaginables. La novela total es aquella que de entrada nos captura, y de la cual, a lo largo de cientos y cientos de páginas no podemos sustraernos. Algo complicado en una época de literatura fácil, de noticias planas de canciones de tres minutos, y de películas y series con risas pregrabadas e ingenieradas.
La novela total nos ofrece una visión prismática del mundo, de la realidad, del alma humana. El manejo de la cotidianeidad es una sinfonía muy bien tejida con la biografía, el análisis social y la perspectiva histórica. La novela total es la novela imposible con la que sueña –de día o de noche, despierto o entre imágenes cambiantes- el escritor – luego de haberlo intentado todo, y de haberse ensayado a sí mismo.
La novela total nos permite una comprensión total del mundo, de la vida, de los seres humanos –más allá de la geografía, o con con ella precisamente. La condición humana (lo que remite a ese libro esencial de Malraux, por lo demás). Cada novela total es una verdadera inflexión en la literatura, y luego, nada vuelve a ser lo mismo. Hasta la siguiente gran inflexión. Mientras tanto, colinas, altas montañas, picos de diversa estética y tamaño, y algún valle y abismo, cuando no alguna zona costera.
Si Hegel sostenía que la filosofía es una época elevada a concepto, la novela total es un haz del mundo elevado a relato – a bastante más que a relato, pues también hay mucho concepto, muchas intuiciones, mucha reflexión y antojos y caprichos. Todos muy bien tejidos, brillantes.
El más importante significado de una novela total es que cada una es diferente a las demás, cada una es un universo propio, no existe una canónica de lo que es una novela total, y cada una está auto-contenida, pero nos lanza más allá de nosotros mismos al mismo tiempo.
Es apasionante el concepto. Los físicos, los biólogos o los matemáticos jamás han pensado ni se han acercado a una idea semejante. La ciencia permanece prisionera de los hechos y los datos. La literatura, por el contrario, posee una libertad infinitamente mayor que la ciencia, aunque en el imaginario del pensamiento sea algo desconocido, o que va de suyo. (Acaso la única excepción en las ciencias se encuentre en las matemáticas, en ese capítulo singular que es el Programa Langlands – algo que merece un espacio propio en otro texto aparte. El Programa Langlands, la búsqueda de la gran síntesis en matemáticas).
La novela total es ficción, pero que desborda ampliamente la división de los géneros literarios, el trabajo con categorías, el plano de delimitación de conceptos y de figuras literarias, en fin, que desconoce abierta y deliberadamente los límites del pensamiento – en cualquier acepción o gama de la palabra. La más alta libertad del espíritu humano en el plano de la creación cruzada, la mejor expresión de la verdadera interdisciplinariedad – una fruición leerla – cuando amamos esas obras monumentales que son novela total.
IV
El buen pensamiento no sucede más del lado de la ciencia, que del lado de la filosofía, en las artes o en la literatura, por ejemplo. El buen pensamiento no se deja encasillar.

Fuente        http://critica.cl/filosofia/pensar-sencillamente-pensar-como-alguien-libre

**  Carlos Eduardo Maldonado 
Profesor Titular, Facultad de Ciencia Política y Gobierno, Universidad del Rosario, Bogotá. Colombia.
Ph.D. en Filosofía por la K.U.Leuven (Bélgica), Post-doctorado como VisitingScholar en la Universidad de Pittsburgh (EE.UU); Postdoctorado como VisitingResearchProfessor en la CatholicUniversity of America (Washington, D.C.), AcademicVisitor, Facultad de Filosofía, Universidad de Cambridge (Inglaterra). Profesor Titular de carrera de la Universidad del Rosario. Ha sido reconocido con la “Distinción al Mérito”, por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú, por sus contribuciones a la filosofía y a la complejidad (2008). Premio Portafolio, Mención de Honor Categoría Mejor Docente (2008). “Profesor Distinguido”, título conferido por la Universidad del Rosario (2009). Profesor de la Facultad de Ciencia Política de la Universidad del Rosario. Investigador Senior (Colciencias). SENIOR MEMBER – IEEE. Doctor Honoris causa, Universidad de Timisoara (Rumania), 2015.
Trabaja en ciencias de la complejidad, y sobre el tema ha publicado en la revista Complexity (Wiley&Sons), con la editorial SpringerVerlag, en los Proceedings de la International ConferenceonComplexSystems, en las más importantes revistas en América Latina; autor además de 10 libros y más 20 capítulos sobre complejidad.Socio Honorario del IPCEM (Instituto del Pensamiento Complejo Edgar Morin), (Perú).
contacto: carlos.maldonado@urosario.edu.co