sábado, 11 de marzo de 2023

María Blanco: El final de la historia del feminismo

El final de la historia del feminismo

Las más variopintas teorías que no llevan a nada es, precisamente, lo que ha llevado al feminismo de izquierdas a quebrarse. No es la primera vez.


Miles de mujeres han asistido este miércoles 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, a la manifestación convocada por el Movimiento Feminista de Madrid. | David Alonso Rincón

Cuando, en 1832, las autoridades policiales de París entraron en la propiedad privada de Prosper Enfantin en Ménilmontant y arrestaron a los habitantes de la comuna saintsimoniana, no lo hicieron porque se estuviera organizando ningún atentado o golpe de Estado. El argumento era que ponía en peligro la moral pública. Dos años antes, Enfantin, seguidor acérrimo del socialismo utópico de Saint-Simon, había fundado una pequeña comuna en lo que, entonces, eran las afueras de París. Su error no fue intentar educar a la burguesía en una religión laica, como así lo consideraban ellos, en la que se trabajaba la tierra y se compartía el fruto del esfuerzo de cada cual. El fallo fue reconocer el derecho de la mujer de emanciparse de la autoridad del hombre y reclamar libertad sexual para hombres y mujeres. Eso fue lo que, en la Francia de 1832, se consideraba un daño a la moral pública. Esas mujeres, que entonces resultaban extravagantes para unos y libertinas para la mayoría, fueron inspiradas por hombres, a la sazón idealistas utópicos, que las ayudaron a crear un periódico feminista y a entender la vida de otra manera.

¿Tienen algo que ver esas mujeres trabajadoras del banlieue parisino con Mary Wollstonecraft, que publicaba en 1792 la Vindicación de los derechos de la mujer? ¿O con Voltairine de Cleyre quien, en 1891, afirmaba que "con la misma inexorabilidad callada con la que crece una brizna de hierba, la individualidad ejerce su perpetua e invicta protesta contra los dictados de la autoridad"? Probablemente no. La evolución de las reivindicaciones de las mujeres en Europa y en Estados Unidos fue diferente. Además, mientras que las americanas parten de la filosofía, las francesas arrancaron de los hechos, del día a día.

Y sin embargo, han sido colocadas en el mismo cajón de sastre que constituye la primera ola del feminismo. Ahí están todas las pioneras, sin importar si su contexto y sus razones eran diferentes.

La historia del feminismo se ha empeñado en dividir el tiempo cronológico en "olas" que, al parecer de muchas estudiosas, se han ido solidificando a medida que la teoría feminista se ha hecho fuerte. De hecho, si nos atenemos a la cronología propuesta, la primera ola comienza en el siglo XVIII y acaba a mitades del XIX, la segunda ola comprende desde finales del XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, la tercera ola se circunscribe a la segunda mitad del siglo XX, y la cuarta ola, en la que parece que nos encontramos, abarca estos 23 años del siglo XXI.

Desde mi punto de vista, se trata de una clasificación que se centra en el feminismo de izquierdas, justo la tercera ola, y minusvalora todo lo demás. Y es normal que así sea. Porque el feminismo, tal y como yo lo entiendo, debería ser una reivindicación que, si bien está sustentada en ideales, en mi caso libertarios, se manifiesta, sobre todo, en hechos.

Por ejemplo, después de la terrible secuencia de acontecimientos de la primera mitad del siglo XX (Primera Guerra Mundial, crisis del 29 y Segunda Guerra Mundial) quedó claro que las mujeres, ante la ausencia de hombres que habían partido al frente, ya se habían incorporado al mercado de trabajo. La aparición de electrodomésticos facilitó las tareas del hogar, que todavía era cosa de mujeres, y dejó tiempo libre para que las mujeres estudiaran. El aumento en el nivel de vida permitió que las nuevas estudiantes tuvieran ayuda en casa con los niños, que además iban al colegio. El despertar empresarial capitalista ofrecía puestos de trabajo a mujeres que querían incorporarse a la vida moderna de los años sesenta. Y todo esto sin teorías ni líderes políticas de por medio.

Si no hay hechos, no hay feminismo. De lo contrario, nos encontramos las más variopintas teorías que no llevan a nada. Y eso es, precisamente, lo que ha llevado al feminismo de izquierdas a quebrarse. No es la primera vez.

En los años 70, en plena tercera ola, un grupo de feministas radicales, el movimiento neoyorkino conocido como Redstocking, se oponía al feminismo socialista, común entonces, por considerarlo demasiado errado políticamente, ya que anteponía la lucha de clases a la lucha por la liberación de la mujer. Por otra parte, en opinión de las Redstockings, la mayoría de las demás tendencias del feminismo radical, especialmente después de 1975, eran expresiones del "feminismo cultural", y ellas creían que había que comprometerse políticamente. Pero las diferencias llegaban más lejos.

Las Redstockings se oponían firmemente al separatismo lésbico, ya que consideraban que las relaciones interpersonales con los hombres eran un campo importante de la lucha feminista y, por tanto, veían el separatismo de las lesbianas, interesadas en las relaciones mujer a mujer, como "escapista". Para ellas, como era normal entre la mayoría de las feministas radicales de la época, el lesbianismo era más una identidad política que una parte fundamental de la identidad personal. Por lo tanto, lo analizaban principalmente en términos políticos. Las Redstockings también se oponían a la homosexualidad masculina, que veían como un rechazo profundamente misógino de las mujeres.

No se suele dar publicidad a ese tipo de feminismo radical que enfrentó a las feministas de izquierda en plena "edad de oro" del feminismo teórico. Tal vez por ello se está repitiendo la fractura, pero elevada a la enésima potencia.

Porque la cuarta ola está siendo la ola de la desintegración del movimiento feminista de izquierda radical, causado por ellas mismas. Marx consideraba que la sociedad anónima era la máxima expresión del capitalismo y la forma más elevada de organización empresarial, pero al mismo tiempo era la manzana podrida que ocasionaría su destrucción. Algo parecido ha sucedido con la definición constructivista de género del feminismo de izquierda radical. La teoría del género como constructo social es, posiblemente, la cima del feminismo constructivista de izquierda radical. Es lo que se enseña en las universidades, lo que cualquier feminista de pro con sangre rosa-feminista reclama como contraseña de entrada al selecto club. Hace pocas semanas, yo misma era recriminada por no haber incluido en el capítulo dedicado a describir brevemente la historia del feminismo liberal del libro Afrodita desenmascarada (Deusto, 2017) a esas autoras marxistas. "No puedes decir que eres feminista si no has leído y asimilado a esas autoras", me decía mi bienintencionada interlocutora mexicana.

Y, sin embargo, esa teoría del género ha desembocado en la hiperdiversificación del etiquetado de género. Y no sólo eso. También la llevado a considerar qué define cada etiqueta. ¿Qué es el sexo no binario? ¿O el sexo fluido? Aquel que "transita" entre el femenino y el masculino. Entonces ¿qué es ser mujer? Un sentimiento.

Y ahí es donde han saltado las alarmas y se ha producido el mismo temblor de tierra que cuando las Redstocking señalaron como "escapistas" a las lesbianas y como antifeministas a los homosexuales.

El eslogan "Ser mujer no es un sentimiento" que las feministas menos radicales lanzaban a Irene Montero en su apoteósico acto del 8M dejaba muy clara la división generada por la Ley Trans. Si basta con sentirse mujer para cambiar tu género en el registro y de cara a la sociedad, ¿por quién luchamos? ¿Dónde queda la mujer "de antes"? ¿Se les va a conceder privilegios a estas "advenedizas"?

Por más que parezca que estamos cayendo en el absurdo, estamos ante un tema de gran envergadura. Porque reconocer que ser mujer es un hecho biológico y no un sentimiento implica desmontar discursos, argumentos y la propia Ley Trans. Y, además, le da la razón a "los fachas", es decir, a cualquier persona que defienda que hay un hecho biológico, aunque admita que hay casos en los que es necesaria una transición, biológica también.

¿Cuál es la deriva del feminismo en el siglo XXI?

La globalización nos presenta panoramas variopintos respecto a la situación de las mujeres: Irán no es España. Hay mucho que hacer. Entre otras cosas, abandonar las teorías constructivistas que reflejan a qué dedican el tiempo quienes tienen problemas del Primer Mundo y bajar al fango de la realidad que viven muchas mujeres en otros sitios donde no hay igualdad ante la ley. Defender y cuidar el estado de Derecho, el cumplimiento de la ley como salvaguarda de todos los ciudadanos, también de las mujeres y las minorías. Limpiar las instituciones de corruptelas más o menos encubiertas.

Vivimos en un entorno donde las mujeres tenemos mucho a nuestro favor. La digitalización, el trabajo remoto, la mecanización de tareas que ya no requieren más fuerza que la de apretar un botón permite que, hoy en día, las mujeres del Primer Mundo elijan qué quieren hacer. No necesitamos líderes políticos ni sofisticadas teorías constructivistas. Necesitamos que nos permitan ejercer nuestra responsabilidad individual, no como un permiso que se otorga, sino porque nos corresponde. Que exista libertad para decidir, equivocarse y rectificar, también para las mujeres. Que desaparezcan las olas feministas por la fuerza de los hechos. Y para todo eso no hace falta ni un ministerio ni una secretaría de Estado. Más hechos y menos privilegios.






 Tomado de Libertad Digital

https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2023-03-10/maria-blanco-el-final-de-la-historia-del-feminismo-6994740/#